Como madre que educa en casa, no puedo dejar de sorprenderme ante tanta vorágine automatizada cada vez que el calendario acaricia el mes de septiembre.
Si ya me siento rara durante el resto del año, en septiembre parezco sacada directamente de otro mundo. No puedo seguir el ritmo de aquellas otras madres que planifican —entre desgana e ilusión— la vuelta al cole. Ni puedo, ni quiero.
Ropa para la vuelta al cole, zapatos para la vuelta al cole, material para la vuelta al cole, fiambreras para la vuelta al cole… Una “educación” oportunista y consumista a la que poco o nada le importa el paradero de la dignidad de nuestros menores, esos a los que nadie les pregunta cómo desean aprender de la vida.
En el homeschooling también hay días grises; días en los que no te sientes capaz, días en los que te sientes solo y días en los que te cuestionas cómo podrías hacerlo mejor. Sin embargo, siempre acaba vislumbrándose algo de luz al final del túnel.
La no vuelta al cole me recuerda que estoy en el camino correcto, ese que lleva a mi familia a un mundo lejos de prisas e imposiciones banales, porque la vida, amigos, es tan profunda que hay que aprenderla desde que somos niños, y llenarnos la cabeza de contenido curricular nos distrae enorme, triste y fatigosamente.
Quisiera animar a esas familias que están planteándose dar un cambio de rumbo a sus vidas a que “salgan del armario pupitre” de una vez por todas. Quizá algún día podamos cruzarnos por la calle y saludarnos con una mirada cómplice, de esas que tanto escasean.
Mientras tanto, me quedo con esa sensación de extravagancia. No. Nosotros no volvemos, ni vamos, ni regresamos al cole. ¿Y tú?
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